La vida es una ruleta de vueltas y vueltas sin fin, de
sensaciones que uno creía fuertes y con un golpe pequeño y certero se
derrumban como castillo de naipes. De gente que cambia de la noche a la mañana. De sucesos que llegan para dar un giro inesperado a todo aquello en lo que
creías y en quienes creías. El stand-by vivido fue algo que, lo confieso, aun
no termino de asimilar. Por motivos de privacidad no puedo entrar en
detalles. Solo sé que gracias a ese suceso se rompieron paradigmas, salieron
a flote sentimientos genuinos y otros tantos murieron, algunas personas
sacaron sus más afiladas garras y dejaron ver la más ruin de sus facetas -incluido este narrador-. Es tan desolador como alentador, es como cuando,
después de un torrente que arrasó con todo lo que se atravesó por su camino,
se tiene en frente un radiante sol, iluminando todo el desastre de la
inundación, pero mostrando un vasto horizonte ante nuestros ojos. Depende de uno quedarse consternado frente a la tragedia, dándose golpes de
pecho por lo que sucedió y preguntándose porque tiene que ser así, o decidir ver
hacia el sol y buscar el horizonte, dejando todo lo irreparable
atrás.
Ahora, los únicos que me mantienen en pie son Dios y el Sol.
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