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lunes, 30 de diciembre de 2013

Érase una vez una lovemark: las galletas eran de La Rosa


Ahora que estamos en pleno ocaso de la temporada de vino y galletas navideñas -una de mis tradiciones colombianas favoritas de diciembre, de las que más disfruto y la que más sentimiento de culpa me produce en enero por la incontrolable e irresistible ingesta de calorías como marco del festín de colores y sabores que ésta conlleva- es preciso recordar una de las marcas que engalanaban dicha tradición. Junto con Noel y Ramo, quienes aún se mantienen avantes en un mercado local cada vez más feroz, La Rosa es una de las fábricas de galletas más reconocidas en Colombia. En los 70 y 80, el logo era toda una provocación a los sentidos: verlo transportaba no solo a la fantasía de contar los días hasta diciembre para deleitarse con la gama de sabores empacados en impecables cajas metálicas de diseños alusivos a la fecha, sino también a la nutrida paleta de sabores frutales que ofrecían las galletas con crema Can-Can, por no hablar de las colaciones, de los deditos, de los panderos, de los siempre irresistibles Chocmelos -junto con sus hermanos, los Besos de Negra-, y por supuesto, de las inconfundibles Saltinas, que seguro, acompañadas por esa gloriosa combinación que suele ser la mermelada y la mantequilla, engalanaron las onces y las mediasnueves de varias generaciones que hemos sido encasilladas hábilmente por Andrés Lopez como hijos de la guayaba. Un día, la multinacional Nestlé, dueña de la marca desde 1971, decidió por políticas que nunca dio a conocer acabar con La Rosa como marca y posicionar sus entrañables galletas como un producto más de su portafolio. En ese momento, algo se rompió dentro de esas cajas que contienen nuestros grandes recuerdos de infancia.

Hoy día, las Saltinas siguen en la estantería, los Chocmelos y Besos de Negra igual. Los panderos y deditos se pueden encontrar aún. Y las galletas navideñas, igual. Pero hay una razón poderosa para sentirse melancólico frente a ellos: ahora son cualquier producto más, dejaron de ser las galletas de La Rosa. Hoy, el único vestigio de su existencia es el logo que aun se encuentra erguido en la entrada de la fabrica (en Dosquebradas, Risaralda). Cada vez que muchos lo veamos, seguro recordaremos con agridulce nostalgia La Rosa que la estrategia de marketing nos arrancó del mercado, pero nunca del corazón.

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