Debo empezar confesando que hace unos días tenía algo nuevo, casi listo para publicar, pero al releerlo decidí borrarlo. La razón: era un escrito más sobre el amor, un tema del cual hoy día estoy genuinamente hastiado. Creo que es hora de empezar a urdir en cuestiones que me obliguen a usar más las neuronas, antes de que mi lado sensible se apodere por completo del ejercicio redactor y termine convirtiendo este blog en un empalagoso y cursi rincón de romanticismo idealista e insulso.
Es impredecible el proceder de los últimos días. He venido en una suerte de montaña rusa, llena de vaivenes y giros inesperados y vertiginosos, algunos divertidos e inolvidables, otros que dejan un desagradable vacío en el estomago y otros más que pueden llevar al pavor absoluto. Me he visto haciendo un profundo ejercicio analítico de la sociedad y la cultura colombianas, que me deja día tras día un sinsabor creciente ante el despiadado retroceso que nuestro país ha tenido sobre el tema en las dos últimas décadas. Veo las dinámicas de otras personas, de otros países, de otras sociedades, de otras ciudades, veo desprevenidamente como la gente cuelga videos en YouTube con noticias cargadas de amarillismo, veo a los estadounidenses haciendo una soap opera del escándalo de sus sabuesos en Cartagena con prostitutas, veo a un país entero más pendiente por saber quien será el siguiente eliminado de "Yo Me Llamo" que por cuestionar y repudiar el trasfondo que llevó a una tragedia sin nombre como lo fue la muerte de un niño de 12 años por causa de una golpiza propinada por sus pequeños compañeros de colegio. Veo una ciudad capital en la cual los propietarios de automóviles no tienen reparos en embestir a una persona discapacitada, a pesar de ser esta quien lleve prelación como peatón por su condición, después de estar hace un par de semanas en otra ciudad capital donde un conductor me miró atónito porque le cedí el paso luego de que éste frenara para que yo pudiera pasar la avenida. Veo un país en el cual cada vez impera más la cultura de pisotear a las personas que hacen las cosas al derecho, de boicotear a los que triunfan en franca lid, de hacer quedar como ineptos a quienes trabajan pensando en un crecimiento conjunto, de ser serpientes queriendo comerse a las luciérnagas por el simple hecho de no soportar verlas brillar.
Es impredecible el proceder de los últimos días. He venido en una suerte de montaña rusa, llena de vaivenes y giros inesperados y vertiginosos, algunos divertidos e inolvidables, otros que dejan un desagradable vacío en el estomago y otros más que pueden llevar al pavor absoluto. Me he visto haciendo un profundo ejercicio analítico de la sociedad y la cultura colombianas, que me deja día tras día un sinsabor creciente ante el despiadado retroceso que nuestro país ha tenido sobre el tema en las dos últimas décadas. Veo las dinámicas de otras personas, de otros países, de otras sociedades, de otras ciudades, veo desprevenidamente como la gente cuelga videos en YouTube con noticias cargadas de amarillismo, veo a los estadounidenses haciendo una soap opera del escándalo de sus sabuesos en Cartagena con prostitutas, veo a un país entero más pendiente por saber quien será el siguiente eliminado de "Yo Me Llamo" que por cuestionar y repudiar el trasfondo que llevó a una tragedia sin nombre como lo fue la muerte de un niño de 12 años por causa de una golpiza propinada por sus pequeños compañeros de colegio. Veo una ciudad capital en la cual los propietarios de automóviles no tienen reparos en embestir a una persona discapacitada, a pesar de ser esta quien lleve prelación como peatón por su condición, después de estar hace un par de semanas en otra ciudad capital donde un conductor me miró atónito porque le cedí el paso luego de que éste frenara para que yo pudiera pasar la avenida. Veo un país en el cual cada vez impera más la cultura de pisotear a las personas que hacen las cosas al derecho, de boicotear a los que triunfan en franca lid, de hacer quedar como ineptos a quienes trabajan pensando en un crecimiento conjunto, de ser serpientes queriendo comerse a las luciérnagas por el simple hecho de no soportar verlas brillar.
Me he visto recompensado por el destino y a la par aminorado por el implacable paso de los años. Me he visto en un camino lleno de zancadillas y artimañas, que hábilmente logro saltar con un movimiento inesperado. Me veo en este instante ante un camino largo y tedioso, por el cual, a pesar de que llevo bastante tiempo en marcha, pareciera estar en el mismo punto, pues no mucho es lo que varía. Me veo tranquilo e impaciente a la par. Me veo hastiado y con ganas de probar nuevas cosas. Me veo tejiendo con lo que tengo actualmente, pero con la sensación de que seguramente tendré que desbaratar y empezar de nuevo. En síntesis, veo que nada está yendo hacia ningún punto. Que no hay ganas ni voluntad por apostarle a una revolución intelectual y generacional. Que la ley del más fuerte es el pan de cada día, ganando día tras día más adeptos y fieles.
Y una vez más, busco en mi interior. La intuición me dice que hago bien estando tranquilo. Mi siempre sabia intuición, la misma a la cual muchas veces he ignorado ganándome por esto sendas caídas de bruces, me dice que estos pasos son firmes. Pero, incluso mi intuición intenta ver hacia el horizonte buscando un sitio hacia donde ir y no lo percibe. Es demasiado oscura la noche, son demasiado débiles las luces, es demasiado recto y vacío el camino y por esta razón resulta tan ténsamente calmado... lo cierto es que, hace bastante tiempo no tenía el desasosiego de ir dando pasos y pasos sin que hubiera un punto real donde girar, sin que hubiera una señal certera del destino que me dijera como y a donde llegar. En este instante, lo único que hay es una larga, insistente e incierta línea recta. Un camino largo y árido que no ofrece nada ni a la mente, ni a la imaginación ni a la creación. Y aunque no tengo idea de a donde va a llegar, no tengo de otra más que seguir adelante. Si me detengo, las serpientes estará esperándome voraces.
Y sigo el camino entonces. Solitario. Sintiendo que hago parte de una especie con mentalidad abstracta en franca e inevitable vía de extinción. A veces me sorprendo comportándome de maneras que tiempo atrás he señalado como inequívocas. Me asusta pensar que inconscientemente estoy uniéndome al enemigo que no logro vencer. Me entristece una vez más ver cuantas personas me han decepcionado por mi tendencia a confiar firmemente en la condición humana. Me desmotiva ver que vivimos en una manada a la cual cada vez le interesa menos construir en conjunto, porque es más fácil pisotear, desaparecer y apocar todo aquello que se convierte en una traba para el poder individual. Me asusta vivir en una tierra de ciegos donde el tuerto es rey y los que vemos con ambos ojos, una latente amenaza. Me entristece ver que el único camino que nos queda a los pocos que aún vemos con ambos ojos es buscar la manera de enceguecernos, para así encontrar la gracia en todo lo inoficioso que la sociedad contemporánea nos ofrece. Y en realidad, creo que si me uno al enemigo sería un miembro hipócrita que en realidad solo aparentaría disfrutar de todo ese inoficioso entorno, pues en el fondo la esencia se conserva. Seguro no duraría más de cinco minutos sin querer destapar mis ojos de vuelta.
Creo que es sensato finalizar por ahora. En efecto, este escrito es la clara muestra de cómo estoy en un punto donde nada va para ninguna parte. Al menos me queda la satisfacción de que lo escrito hoy es más profundo y vivencial que lo consignado en aquel otro que decidí borrar. El amor no es un tema válido para mí en este momento, mucho menos ahora que estoy en este plano y monótono camino. Me despido con una sana sensación reconfortante, esa que se siente cuando paras la caminata porque estás muy ahogado, respiras profundo y despacio, bebes un refrescante sorbo de agua y quedas listo para seguir adelante, aunque no estés seguro de a donde te llevarán los pasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario