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martes, 13 de septiembre de 2016

A veces, en medio de la nada, hago como que escribo

Es extraño. Definitivamente no me sale nada. Se supone que estoy en un punto culmen, en el cual debería fluir, tener chispa, dejar que el espíritu de la letra, tan bien descrito por Barthes, haga de las suyas. Pero, así, simple y llano, no está sucediendo.

Pienso entonces cosas. Como por ejemplo, qué sentido tiene ser dueño de un blog, cuando no tengo nada que transmitir, nada que contar, ninguna fantasía para reflejar ni ninguna realidad por reportar. Un túnel. Oscuro. Ni frío que hiele, ni cálido que agobie. No es una zona de confort, ciertamente, pero tampoco es un lugar incómodo del todo. Es un punto medio. Ni para delante, ni para atrás. 

Y es extraño. Porque no me siento bloqueado, o presionado, o frustrado. Pero tampoco logro entender en qué momento ese poderoso ímpetu para dibujar sobre el tedio de la realidad con el poder de la palabra escrita se refundió entre la necesidad que todos los seres humanos tenemos por sobrevivir en un entorno feroz. Justamente ahora me hago consciente de que dejé a un lado la escritura cuando empece a abrirme un camino cargado de pequeñas y grandes batallas de vida que había dejado a un lado y que tarde o temprano tendría que librar. Hoy, las batallas me han convertido en un héroe. Un héroe que, ahora, no encuentra las palabras precisas para contar sus justas. 

Quizás solo debería permitir que la inspiración haga lo suyo. He ahí un gran meollo. Básicamente, siento que mi inspiración, en este momento de existencia, no responde al estímulo de la letra. Siento que quiero abrazar al mundo enorme, con mis aun más enormes y fuertes brazos, para luego atesorar esa poderosa sensación fuerte en mi pecho, de manera que explote y siga siendo una inagotable fuente de inspiración para otros nuevos abrazos. Y entonces, cuando contemplo escribir estas sagas, estos pequeños triunfos, no encuentro una manera honesta de hacerlo. No fluye la palabra. Es como un riachuelo estéril por la sequía. La inspiración esta seca. Pero, aún así, no tiene sed.

Entonces, dilemas me asaltan. Me pregunto si me he convertido en un desierto literato. Si ya no caben las letras en este extenso y árido lugar, si la arena y el viento serán lo único que tengo para enseñar. Si quizás solo deba, como en ocasiones pasadas, darme por vencido y permitirme escuchar el silencio del desierto, confiando en que su poderosa hiel traiga consigo entrelineas que se revelen frescas y prestas a ser plasmadas, calmando la sequía y deleitando lectores.

Por ahora, sólo se que tengo frío e incertidumbre, una vez más. Y ganas de convertir la arena en papel, una vez más. Y el viento en prosa, miles de veces más. Y el silencio en musa, muchas miles de veces más. Aunque parezca que nada más sucede. Y no se siente mal. Aunque tampoco muy bien.

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