El título de este escrito es cursi, muy cursi, lo sé. Quizás el contenido lo sea mucho más. Se me ocurrió por varias razones: la primera, porque mis últimos escritos han sido tan necesariamente liberadores como exageradamente atormentados; la segunda, porque es hora de consignar algo que sea coherente con mi alegría actual; la tercera, creo que hoy ando con una dosis extra de endorfina que me genera este afán de ser más "bonito" con lo que quiero escribir; la cuarta, porque la risa de la polaca que tengo al lado al momento de empezar esta nota es muy contagiosa (no es para menos, habla con su gente en Polonia por Skype).
Vengo de un fin de semana digno de una postal. De esos que logran hacerte sentir vivo. Uno de esos fines de semana que hace mucho no venían a mí, de esos que había dejado olvidados en el diván de la rutina. Aquellos de caminatas largas, de arrunche en medio de la lluvia -a pesar de ser enemigo declarado del arrunche-, de reflexiones acerca de que tan dispuesto estoy a enamorarme, de bailar sin pensar que la noche va a terminarse, de descubrimientos asombrosos, de ganas de amar y ser amado, de paseo al perro en el parque, de sentidos ávidos al disfrute.
Hoy, de vuelta a la realidad, intento componer un párrafo decente, que no se vuelva algo empalagoso, aquí voy...
El otro día, alguien me preguntaba cuál era mi punto diferencial entre la felicidad y la alegría, luego de que le manifesté que ya no creía en la felicidad. Respondí lo que siento exactamente: me produce alegría salir de mi casa cada día y ver un enorme cielo azul, con un brillante sol diciéndome "este es tu día". Pero eso no es todo: me produce alegría la risa de la polaca, luego de llevar quizás algo más de una hora hablando con su gente. Me produce alegría ver como una idea que me surgió de la nada, sin ningún tipo de presión, podría llegar a ser, si me lo propongo y Dios me lo permite, en una de las huellas reales que podría dejarle a este mundo. Me produce alegría ver que los niños en la calle perciben que estoy alegre. Me produce alegría saber que mucha gente de quien no tenía noticia hace tiempo está en un buen momento. Me produce alegría saber que todo lo vivido ahora viene desde mi fondo y emana de manera sincera, libre, espontanea. Me produce alegría pensar que detrás de las nubes anunciando una inevitable lluvia, está el mismo sol que ayer me dijo 'el día es tuyo'. Me produce alegría pensar que antes de anoche tuve un mal sueño, pero que al despertar vi como todo era solo eso, un mal sueño. Me produce alegría pensar en el fin de semana que pasó. Me produce alegría pensar en lo que quiero que sea el próximo.
He aquí entonces al enemigo número uno de la melosería, escribiendo cosas melosas. Se ven melosas en una primera impresión, pero al saborearlas despacio, te das cuenta como tienen mucho más que esa capa de azúcar cubriéndoles la superficie. Saben a buena vida, a momentos gratos, a recuerdos amargos que se cuelan para compensar el empalago y acentuar el sabor de lo que se está viviendo en el aquí y el ahora. He ahí entonces mi punto diferencial entre la felicidad y la alegría: la felicidad es la dulce y reducida capa de azúcar, cuando te la comes toda simplemente ya no hay más, entonces nos queda la alegría lista para ser consumida. Es entonces cuando cada uno decide si quiere saborearla completa, o si se obsesiona buscando y devorando más cubiertas de azúcar.
Aquí me detengo, porque mi cuerpo me está pidiendo saborear un rico almuerzo. Aquí se queda la polaca riendo sin parar. Aquí comparto mis ganas de ir caminando a la cita que tengo más tarde, a pesar de que la lluvia amenaza. Aquí se queda sonando esa canción de Hooverphonic que me hace sentir aún más alegre (se llama 'Sometimes'). Aquí les dejo un manojo de ideas bonitas. Si están teniendo un día feo, me daría mucha alegría saber cómo este manojo que acabo de compartir les permitirá ver como a pesar de todo, es un día bonito, para todos.
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