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miércoles, 5 de diciembre de 2007

Carta a Papá Noel


Querido Papa Noel: te escribo, ante todo, para darte gracias.

Gracias por invadir la Navidad de mi país con asquerosos renos, ridículos payasos vestidos de traje rojo con peluche blanco y botas negras, copos de nieve estrafalarios y vitrinas plagadas de almibarada felicidad encapsulada en rojo/blanco/verde.

Gracias, estúpido rechonchete, por quitarnos poco a poco costumbres que realmente son nuestras, que vienen de muchos años atrás, como armar pesebres, tomar ajiaco y comer tamal en Nochebuena, jugar aguinaldos, decorar las calles con banderines de miles de colores, pintar los andenes con figuras alegres, preparar natilla y buñuelos, ir a la misa de gallo, comer galletas dulces con vino desde la noche de las velitas hasta el 24… gracias por el bombardeo de empalagosas películas a tu nombre, que lo único que hacen es vendernos el asqueroso estereotipo gringo del cual muchos estamos hastiados. Gracias por todos aquellos que dejaron de creer en el Niño Dios, pues tú te encargaste de usurpar su lugar, usando de manera fría y calculadora herramientas como el merchandising y la publicidad para conseguirlo.

Gracias por convertir esta época en un pretexto para el consumismo desmesurado, pues tú, grandísimo y arrogante megalómano, no puedes darte el lujo de regalar cosas pequeñas y significativas, no señor: tienes que llevar en tu bolsa todo lo que negociaste con las grandes multinacionales, lo cual es lógico teniendo en cuenta que eres la invención de una de ellas. Gracias por acabar con el encanto que producía recibir un juguete hecho a mano el 24 de diciembre a las 12 de la noche, traído por el Niño Dios. Gracias por todo el ambiente de superficialidad que le has brindado a una época que muchos anhelamos prácticamente desde que comienza el nuevo año, precisamente porque es una de las pocas, por no decir la única, en la cual todos dejamos de ser superficiales por unos cuantos días.

Te escribo entonces, pequeño gran farsante, para pedirte por último que por favor te largues de una buena vez por todas para tu madriguera en el Polo Norte, o Sur, donde la tengas, y dejes de lavarle el cerebro a las nuevas generaciones con tu prefabricada apariencia, producto de la morbosa mente colectiva de la multinacional que te inventó.

Anhelando un delicioso pedazo de natilla con uvas pasas y salsa de mora, acompañada de un tostado y caliente buñuelo, después de rezar una novena casera, me suscribo.

John.

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